¡Salve César! Los ciclistas que vamos a morir te saludan.
Para que lo sepan los ciclistas, todos los que nacimos antes del año 2000, fuimos criados con una serie de advertencias. Consejos de madre que calaban en nosotros. Uno de ellos que recientemente ha vuelto de mi memoria, decía así:
“No salgas con la bicicleta a la carretera, que te puede pillar un coche”
Años después reflexiono, cómo el político de turno que para nada se parece a nuestras madres, nos vende que en bicicleta ayudas al planeta y recuperas la ciudad. Es una montaña rusa de sostenibilidad y buenos hábitos que ya no hay por dónde cogerla. Para que todo encaje en una suerte de misa blasfema, donde lo que se salga de ella huela al azufre de los valores y los hechos.
¿Cómo se ha transformado la peligrosidad de los años 70,80 y 90 en el convencimiento que atravesar cualquier calle de una gran ciudad dando pedales es algo inocente? Con la locura sistemática que vivimos cada día en las ciudades. Sin ir más lejos hace 2 días una joven fémina se bajaba de la acera para cruzar un paso de peatones pedaleando. Como iba pedaleando, hice sonar el claxon para que me viera ella a mí. Me respondió con la mirada del tengo derecho a todo y tú a lo que yo disponga. De repente se convirtió en una persecución bicípeda. Hizo todo lo posible por adelantarme en la calzada, por ir delante de mi vehículo a 10 por hora, por meterse entre un autobús, por saltarse un semáforo. Y al salir de la calle Ibiza, la calle Menéndez Pelayo me hizo fácil su adelantamiento. ¿Jugarse la vida para demostrarme qué? ¿Qué no la puedo atropellar? ¿Qué puede ir y hacer lo que la venga en gana?
No quisiera yo atropellar a nadie, pero entre los ángulos muertos que tienen TODOS los vehículos, los semáforos con cámara al acecho, los peatones que cruzan por donde no deben, los motoristas de repartos y las zonas de colegios son unos cuantos flancos para cualquier conductor. Todos son susceptibles de ser atropellados, hasta yo mismo por un autobús sin frenos si así lo dispone mi destino. Pero jugarse la vida en una ciudad por ir en bicicleta, maldita la gracia y maldita sostenibilidad.
Maldita gracia
- La de los conductores, en las que nos suma un actor más para tener que lidiar con él, el más difícil todavía. El que se salta semáforos, aceras, contra giros, imprudencias y temeridades.
- La de los ciclistas, que con sus pulmoncitos limpian y depuran el aire de nuestras grandes ciudades. Gracias por tan altruista fin en pos de la sostenibilidad, ayudan a los árboles en tan ardua tarea.
Al menos antes hacían los carriles por las aceras, solo había frágiles peatones, pero ahora te puedes enfrentar a máquinas de más de mil kilos, que pueden que reaccionen bien cuando te vean. Si no lo hacen ya sabes, por lo menos un chichón en tu cabeza.
Gracias a Dios que no estamos en Bagdad, sino a nuestros queridos dirigentes hubieran promocionando las alfombras mágicas, y más de un disgusto al avezado conductor de tan mágico transporte.
Querido ciclista urbano, si ya no escuchas el “no salgas a la carretera” y si el “tienes derecho a pedalear” piensa que es más saludable escuchar el traqueteo del metro o del autobús, que el réquiem de Mozart el día de tu muerte. 1600 heridos de bicicleta en Madrid en 2016, unos 6 muertos. Otro muerto hace poco en la puerta de Alcalá. Pero tranquilo que 1606 valientes no van a cambiar las cosas, los hábitos de 4.000.000 millones de vehículos en la comunidad de Madrid. Si fuiste a clase, sabrás que hasta que no existan 1.500.000 de heridos y más de 1.000 muertos, las cosas no van a cambiar mucho. Cosas de proporciones, por mucha raya en el suelo que pinten blanca y chaleco fosforescente.
Así que mártir del pedal, saluda a tu César cada mañana, quién sabe si volverás por la noche. ¿Estás dispuesto a dar tú vida por la ciudad?
¡Salve César!