“Bajarse del burro” es una expresión que solemos utilizar en nuestro día a día, cuando algo nos parece abusivo sea en precios o en conductas de personas. La frase tiene unos cuantos siglos y probablemente viene de la sensación de poder o grandeza que percibías por aquel entonces, al ir sobre un caballo. El mundo se veía más pequeño desde allí arriba y uno se sentía como un rey o un señor. Pero en la cruda realidad no eras nadie, solo un simple soñador subido en burro.
Y la verdad es que no hay que subirse a ningún burro para sentirse el amo del corral al menos en este país. El pasado fin de semana me acerqué por la costa, en una tenue escapada para recoger a mi hija de su campamento de verano. Y ya en los límites del reino de Neptuno, aproveché para bañarme y pasear observando qué es lo que ocurría en aquella parte del mundo.
Lo primera visión desde el agua; la destrucción de nuestra costa. La construcción sin orden ni concierto de toda clase de apartamentos y hoteles. Ninguno guardaba una línea, un diseño, ni siquiera el color. La naturaleza había sido ocultada a golpe de talonario y ladrillo. Y si uno quiere vacaciones para descansar y desconectar, que mejor que la belleza y la armonía de la madre natura para recargarnos. Y uno en España podrá relajarse flotando entre las olas, emulando a un Robinson Crusoe que al despertar de su siesta se encuentra con que le han edificado en su isla.
Aquí nos quedan siglos para tener conciencia de lo que es la naturaleza, de lo que aporta a nuestro espíritu, a nuestro descanso y a nuestra riqueza. Cuantos turistas que buscan huir de la civilización, desestiman sus vacaciones en nuestras playas por ver el terror que causa el ladrillo, que como feas gárgolas sacan su lengua a la belleza del cielo y el mar.
Para que hablar de chiringuitos, restaurantes y bares de playa. Con precios de hoteles de cinco estrellas y servicios que ni en nuestras pesadillas más terribles. El 90% de los camareros no trabajan por vocación, trabajan por su hipoteca y eso se nota en el trato, en el producto.
Mientras los hosteleros siguen participando en el Grand National internacional del turismo con sus extenuados burros y los delfines se santigüen al salir del mar y ver nuestra costa, aquí no vendrá el turismo de calidad con su riqueza.
Y cuando llegue Septiembre y contemos en el trabajo o a los amigos, el pedazo de paella que hemos comido, o lo bien que se estaba en la tumbona, omitiremos los detalles de todos los años.
Hoteles de los años 70, paellas chamuscadas a precios desorbitados, tumbonas masificadas, zona azul para aparcar en las playas, litros de bronceador jugando con las olas, adolescentes extranjeros y nacionales bebiendo a todas horas, miles de pollinos flaqueando.
Menos mal que nos queda el Norte, salvaje y hermoso como siempre, porque para el resto…ya lo hemos perdido.
Quizás la frase “No perder el norte” tiene en el turismo su sentido, pero eso es materia para otro artículo. Disfrutemos de lo que tenemos.
Eso al norte, Asturias patria querida =D