Escribo este relato en mi post, para dejar un testimonio más de como funciona la sociedad española, en grandes espacios, donde todo el mundo se mezcla. Con distintas clases, nacionalidades y estatus sociales. Me refiero a la feria de turismo en Madrid, denominada FITUR.
Por temas profesionales, esta edición me vi junto a mis compañeros, llamado a representar la moribunda bandera de la empresa y ofrecer nuestros servicios, relacionados con el turismo. El primer día con ilusión vimos a don Felipe de Borbón, pasando a nuestro lado con una legión pretoriana camuflada en trajes azules y por casco legionario un pinganillo en el oído. Les seguía una comitiva que más lejos de recordarme a los cortesanos que siguen a los reyes en las películas de Hollywood, me pareció más una fiesta de un pueblo, donde todos los paisanos van detrás de los gigantes y cabezudos, justo detrás de la banda de música. Dios guarde a nuestra España, si en el extranjero llevamos semejante séquito detrás de nuestros monarcas. Dejando al príncipe con sus cosas, el resto de la feria bien. Pude ver a delegaciones de un montón de países y a sus presentaciones. Complejos de cinco estrellas en países que mueren de hambre, magnificas suites en países de dictadores, no estaba mal. Ya que para miedo el stand de Marina d’Or, un modelo de negocio, como diría su fundador “insumergible”.
No faltó el señor jubilado, o las señoras ociosas con sus carritos de la compra, llevándose todo tipo de folletos, creo que hasta las instrucciones de evacuación del edificio. Me las imagino junto a su marido diciendo, “Mira Jacinto, esto no lo tienes, las especificaciones de los asientos vip de iberia”
Y como no un altercado. Pero un altercado que no tenía que producirse, si las personas hicieran su trabajo, leyendo lo que se firma, tomándose su interés por hacer bien su desempeño, si no pasa lo que pasa. Diversas empresas tratamos de salir del pabellón 10 a eso de las seis. A las cinco habían terminado las ponencias en la sección de empresas y a las seis prácticamente no había público profesional. Decimos recoger junto al resto de empresas, los enseres y al llegar a la puerta, sorpresa. Existe la norma que hasta las 7 no puede sacarse material de los pabellones, lógicamente por seguridad. Pues bien, una de cada diez personas se había leído la norma y claro. Discusiones con la chica que vigilaba la puerta, conversaciones subidas de tonos, sofocos y amenazas del tipo “No sabe usted con quién estoy hablando”. Esta situación me hizo recordar un curso recibido hace años sobre comunicaciones escritas. Los españoles tenemos en una mayoría significativa, una mala educación, o una memoria que no engaña y nos convierte en príncipes fuera de la ley. Está tan arraigado en nosotros, que constantemente no lo tienen que recordar con frases como “No pisar el césped” “No fumar” “No dar balonazos a la pared”. En esta ocasión no había carteles, había personas. La chica del control y el jefe de pabellón que tuvieron que ingresar en su nómina emocional, la falta de profesional de las personas que no hicieron correctamente su trabajo. Así que es bueno recordar que no existen frases diplomáticas tipo “Solo son cinco minutos” “Entro y salgo” “No molesto a nadie”. Si se quebrantan nadie va a venir con una vara de avellano o una porra de antidisturbio a recordarnos que debemos ser civilizados. Solamente poneros en la piel de la persona a quién insultamos con nuestro comportamiento. Vigilantes jurados que cumplen su trabajo, socorristas que nos recuerdan con paciencia las normas, minusválidos al ver su plaza de parking con nuestro coche, mujeres embarazadas de pie en el metro. Seamos humanos.
La sociedad se está deshumanizando cada vez más. Deberíamos volver a nuestros orígenes, echar un vistazo hacia nuestros adentros, para poder ver en qué punto del camino nos olvidamos que ante todo somos seres humanos. Sería un buen punto de partida para iniciar nuestro “reseteo”, y empezar a mirar hacia cotas superiores.