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Fumar y esperar

Hubo un tiempo no hace mucho, que había más bares en Antón Martín que en toda Noruega. En ese tiempo Madrid era un hervidero de vida. No solo por los bares, sino por toda suerte de comercios que podías encontrarte. Y es que todo era calidad. Desde la comida hasta los electrodomésticos, tecnología, ropa, vehículos, etc.

Sinceramente había más criterio y hoy en día parece que eso se ha perdido. Ayer mismo observaba a un grupo de adolescentes en la única chocolatería de un barrio que no es franquicia. Se reunían unos diez en torno a una mesa a la salida del “recreo” (a saber como se llama ahora, seguro que tiempo “sostenible”). De esos 10 solo una chica pidió un café, el resto nada excepto ocupar 9 sillas sin consumición. Hasta aquí “normal”, todos hemos sido jóvenes y recordamos a veces lo complicado de tener dinero. Pero observando todos tenían móvil, luego alguien les sufraga la línea y los datos, pero lo más sorprendente de la generación mejor preparada de la historia de España, es que casi todos fumaban. Fumar un moda antediluviana, algo que no va con el adolescente actual, que no repite valores, que no se identifica con casi nada nuestro, fuma. Nada más tienes que pasarte por un instituto cuando salen, para identificar a bastantes jóvenes sujetos y “sujetas” con su pitillo en la mano. Bueno pitillo no que les sonará muy viejuno, supongo su fortuna, su malboro, su cigarrillo. ¿Pero si fumar mata? Pues debe ser muy “moderno” como sus pantalones caídos o sus capuchas de mendigo norteamericano o rapero de medio pelo. Por supuesto el chino de bazar que les vende esos cigarrillos no sabe leer español. Y desde sus tiendas donde no aplican las leyes de este país, donde las inspecciones de sanidad o del ayuntamiento brillan por su ausencia, se siguen vendiendo tabaco, alcohol y bocatas a menores. Total algún interés habrá.

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Mientras, se crean campañas ecológicas de cartón piedra. No de salvar a ballenas y delfines, que les zurzan que aquí no hay playa. Sino más bien contra el malvado coche que nos ahoga y envenena. Pero ojo solo contra el coche, no contra el conductor ni la persona. Así que mi vehículo que me trae casi desde Guadalajara, que me ayuda a cargar mercancía para mi tienda, el que me da la libertad de horarios que exige mi negocio, mi vida. Se torna en un Christine de Stephen King, un diablo sobre ruedas de Steven Spielberg, un coche fantástico embriagado de soberbia, un demonio vamos.

Vale aceptemos que mi automóvil es un arma de destrucción masiva. Olvidemos por un momento a ese ciudadano “interesado” del gran Kan que visitó una vez Marco Polo y ahora nos devuelve la visita. Olvidemos las miles de calderas comunitarias de gasoil de la ciudad, cerremos la vista ante ese Valdemingómez que sobrepasa lo sobre pasable en polución. Ignoremos también el proceso contaminante de la creación del litio para esas baterías ecológicas de los coches eléctricos o las de tu móvil. Y por supuesto a los cetáceos y mares de plásticos que flotan en los océanos, que nos pillan muy lejos.

¿Qué nos queda? Una enorme obra de teatro, donde todo el que llega al poder se corrompe, se fuma esos nobles ideales que decía tener. Y lo peor de todo exige como se debe pensar, actuar y hasta sonarse los mocos de forma sostenible.

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Pues bien, todavía queda aquí varias generaciones del vaquero de Malboro. No un tipo con sombrero que se sentaba en una cafetería con 9 indios en torno a un café con su cigarro, si no aquel que con su caballo, marcaba reses, domaba caballos y no paraba de trabajar. Para llegar al final del día, llegar a su casa, fumarse su puro, su copa o lo que se le antojase faltaría más. Esos vaqueros, empresarios, comerciantes, luchadores ya están hartos de tanto majadero de la pradera. De tanto acuerdo y tratado de Perogrullo o toro sentado.

Un día de estos, cuando el primer líder se asome por la colina. Esa persona, político o dirigente que lleve el alma de John Wayne; aquí se va a cortar hasta la última cabellera, coleta, barba o bigotillo. Mientras tanto la estampida va creciendo a cada injusticia y mal paso dado. Y cuando se desboque, no va haber bicicletas eléctricas para que escape tanto sinvergüenza, entre otras cosas, porque ya han robado más de la mitad de la flota.

 

Por Rubén García Codosero

Escritor y programador o viceversa.

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